Cuando terminé la secundaria era bueno en muchas materias: hubiera podido iniciar cualquier estudio o profesión, pero no sabía exactamente que estudiar, solo tenía bien claro que no quería terminar detrás de un escritorio, en una oficina el resto de mi vida. Yo estaba buscando algo más, algo diferente como cualquier joven de mi grupo. Comencé por pensar en lo que me gustaba hacer, mi hobby, que en ese entonces era cocinar. Así que decidí estudiar cocina como profesión para llegar a ser un chef algún día. Me parecía lo más sensato convertir mi hobby en profesión y que le pagara a uno por pasarla bien haciendo algo que uno disfruta. No me interesaba en tener mucho dinero, pero si en tener calidad de vida, una vida feliz.
Durante el tiempo que pasé estudiando cocina entendí que un sueño dista mucho de la realidad, disfruté mucho de esta experiencia, pero al concluir con la practica entendí que la cocina seguiría siendo un hobby para mi. Allí estaba yo como al principio. Tenía 22 años y con frustración académica de que lo que había estudiado no se habría convertido en mi trabajo. Por otro lado llevaba una vida como cualquier joven de esa edad, muchos amigos, fiestas, paseos, viajes, buenos pasatiempos pero nada que de verdad estuviera formando mi futuro. Estaba pasando por una crisis, una indecisión horrible de no saber a que dedicar mi vida y que eso que escogiera me llenara realmente.
Una familiar me ofreció trabajar en la biblioteca de una universidad pública donde ella era directora. Así que mientras pensaba que hacer con mi futuro estaría trabajando. Cerca de la universidad está una iglesia de los franciscanos, la porciúncula, donde se celebra misa al medio día. Tristeza y frustración y unas ganas enormes de encontrar luz para orientarme me llevaron de nuevo a la iglesia, después de mucho tiempo sin ir a misa. Comencé a asistir regularmente, no solo los domingos incluso entre semana, yo sentía que debía estar allí. Un domingo en misa de 7 de la tarde, en el momento de la consagración sentí que estaba muy lejos de Dios. Una que otra lagrima salieron de mis ojos, no entendía que estaba pasando en este momento pero algo me estaba inquietando. Mi mamá empezó a ver en mi cierto cambio extraño, mis padres comprendían que estaba desorientado en mi futuro. Mi mamá tomo la iniciativa de presentarme a un sacerdote que ella conoció durante un voluntariado que realizaba con un grupo de amigas. Ella me dijo “porque no hablas con un cura y le cuentas lo que te pasa”. Yo le dije que no era necesario y que todo lo que estaba pasando era transitorio, por todo lo que estaba viviendo.
Un día visitando la iglesia dije, pues pierdo nada con hablar con él. Un sábado fui al seminario donde el asistía como promotor vocacional con un grupo de seminaristas de Brasil y México. Me invitaron a una convivencia que se hace por un día con jóvenes que desean ingresar al seminario, y me pareció súper…ver jóvenes orando, leyendo la biblia, rezando el rosario etc. Para mí fue muy bonito todo, pero en ese entonces no fue suficiente motivo para dejarlo todo y entrar al seminario. Pasaron unos meses, casi un año entre visita y visita, todo era muy llamativo pero no sentía que esa vida fuera para mí.
El tiempo en la biblioteca estaba por terminar, por lo tanto empecé a hacer una inscripción para entrar a estudiar psicología en una prestigiosa universidad en Bogotá. Sentía que todo estaba bien pero estaba haciendo todo por inercia, por seguir la corriente de mis ideas y proyectos, pero faltaba la pasión por lo que iba hacer, faltaba un deseo real de saber y sentir que lo que iba a comenzar daría de verdad respuesta a lo que estaba buscando. En aquel tiempo, recuerdo muy bien, llegó una carta del seminario invitándome de nuevo a una convivencia de una semana la cual decidiría si quería entrar o no para no seguir haciendo perder el tiempo al promotor vocacional. Decidí participar de aquel retiro, pero esta vez vi todo muy claro, no habían dudas ni temores, con una seguridad y certeza como uno rara vez experimenta, me incliné de rodillas frente a la cruz y puse mi futuro en manos de Él. El resto es historia…
Han pasado ya casi 11 años desde que entré al seminario. Pero recuerdo que esta decisión tomó por sorpresa no solo a mis padres pero mucho más a mis amigos. La gente pensaba que en menos de un año iba a volver, luego un año más y con el tiempo familia y amigos se convencieron que yo iba en serio, cosa que a mí me sorprendió también. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que este estilo de vida es lo que realmente estaba buscando; una vida en oración, en fraternidad, con una vida generosa hacia el bien del otro también, una vida en paz viviendo con sencillez.
Tengo que decir que no es una vida perfecta… la perfección no pertenece a este mundo, ya que no somos perfectos no podemos hacer perfecta una comunidad, tiene uno que poner bastante de su parte para que las cosas funcionen. Sin embargo, puedo decir sinceramente, sin temor a equivocarme, que he vivido muchas bellas experiencias humanas participando de esta vida comunitaria y en la vida en el apostolado. Los tres primeros años los dediqué al estudio de la filosofía y durante los fines de semana ayudaba con la catequesis en nuestra parroquia en Laureles (Bogotá). Para mí fue conocer otra cara de mi propia ciudad, de sectores menos favorecidos que no tenía ni idea que existieran, que mucho menos tuvieran tantos problemas estando dentro del sector urbano. Se entiende que existe gente que nace y vive en condiciones de pobreza y abandono por parte de los gobiernos, pero una cosa es tener noción de ello y otra muy distinta ver los rostros de angustia y tocar realidades que antes prefería ignorar para no perturbar mi “tranquilidad”.
De la etapa de filosofía pase luego al noviciado en Guarne Antioquia. Fue un tiempo especialísimo dentro de mi formación religiosa para afianzar más la vida de oración. La oración y silencio me confrontaron sobre esta vocación, a la entrega de mi vida para un plan de Dios que no es fácil de aceptar. Del grupo de 18 muchachos que habían entrado conmigo, unos salieron durante la filosofía. Entramos al noviciado solo 6 y finalmente dos profesamos votos de pobreza, castidad y obediencia al final de esta etapa que dura un año. Mi otro hermano fue enviado a estudiar teología en Argentina y yo fui para la teología en Chicago.
En la ciudad del viento (the windy City, Chicago) conocí por fin el rostro del migrante del que tanto había escuchado durante mi formación. Trabajé en las parroquias con cientos de personas de origen mexicano entre otros países de Latinoamérica, especialmente jóvenes con distintas realidades. Unos habían nacido en el país, otros hace pocos meses habían cruzado la frontera entre México y Usa y tenían su familia al otro lado. Todos en general estaban viviendo el conflicto de verse entre dos mundos. En Chicago aprendí inglés y tuve la oportunidad de estudiar con personas de otras religiones y culturas diferentes, amistades de las que aún conservo algunos contactos. El destino solo me permitió estar en esa bella ciudad por un año… Dios tenía otros planes para mí al otro lado del mundo.
Llegue a Filipinas a principio del 2010. Nunca había pensado en estar tan lejos de casa. Pero es aquí donde he encontrado un lado supremamente universal al mensaje del Evangelio. Asia ha repercutido profundamente en mi fé. Ha sido una experiencia de grandes retos el habituarse a otra cultura que envuelve todas las actividades de la vida diaria; la manera de orar, la forma de hacer amigos, la comida, el simple rostro del otro, te hacen entender cada día que es posible ver e interpretar el mundo de otra forma. Aquí la comunidad es muy variada en cuanto a nacionalidades como en todas las teologías de nuestra comunidad Scalabriniana, pero aquí son mayoría los hermanos de Vietnam, Indonesia y Filipinas, con unos pocos hermanos de Brasil, Colombia, Haití y Congo. Asia es el continente de dialogo inter- religioso, incluso muchos de los hermanos aquí tienen familiares musulmanes o budistas.
Tuve la oportunidad, como parte de mi experiencia pastoral, de vivir dos años en Japón. Allí existe una gran comunidad de migrantes latinos provenientes principalmente del Perú y Brasil. Son segunda o tercera generación de aquellos japoneses que migraron en tiempos de la II Guerra Mundial hacia estos países y que durante el boom económico de los noventa en el archipiélago regresaron para quedarse. Son unos migrantes bastante particulares porque es ver japoneses con sus nombres y apellidos pero completamente latinos por costumbres, cultura y lengua. Con ellos trabajé en varias parroquias a los alrededores de Tokio donde ellos viven y trabajan. También participé con comunidades de filipinos que viven aquí, algunos de ellos con familia, otros simplemente estaban aquí para trabajar y enviar dinero a sus seres queridos.
La realidad de muchos migrantes que he tenido la oportunidad de conocer es similar, se desplazan hacia algún país con oportunidades de trabajo con el fin de estar allí por 2 o 3 años y luego regresar a su tierra natal. Como creen que es un trabajo temporal no se preocupan mucho en aprender la lengua, pero al transcurrir del tiempo muchas veces conocen a alguien y forman familia o simplemente no se devuelven porque no ven que en sus países hayan buenas condiciones de trabajo. Al final esos dos años se convierten en 8 o 15 y terminan viviendo en otro país sin quererlo. Y para las personas es más difícil aprender el idioma o las costumbres del país cuando ya no son tan jóvenes.
Al mismo tiempo que trabajaba con ellos también vivía dentro de mí con mi propia realidad de “migrante” en diferente circunstancia pero al final un extraño en otro mundo, sin idioma ni amigos. Aprendí de mi mismo un montón, y conocí aspectos de mí que necesitaban cambiar o fortalecer. Espiritualmente los momentos de soledad me sirvieron para unirme más a Dios y al proyecto que él tiene para mí bajo el carisma Scalabriniano.
Estoy actualmente terminando los estudios de teología en la universidad Jesuita del Ateneo de Manila. También me estoy preparando para mi diaconado el próximo 24 de octubre. He sido asignado a trabajar, con la ayuda de Dios, como sacerdote el próximo año en la Región Juan Bautista Scalabrini (Europa-Africa). Ahora siento que mi sueño de una vida feliz para mí en beneficio del prójimo va en marcha, y sé que he de seguir trabajando cada día por este ideal, porque nada está hecho, todo está por hacer.
Cuento con las oraciones de los que se hayan tomado el tiempo de leer esta corta biografía de este humilde servidor. Con gran alegría y gozo del espíritu me despido.
En Cristo, Dios los bendiga. Gracias.
di Hno. Luis Gabriel Martin Pinzon, CS